Todavía seguimos con nuestro particular descanso activo. Sin noticias vinculadas a como van los entrenos ni de las competiciones, voy a intentar contaros algunas historias de deportistas que participaron en JJOO. No serán historias de Michael Phelps, ni de Mark Spitz, historias al fin al cabo conocidas por casi toda la población. Trataré de ir a personajes importantes en la historia del deporte Olímpico pero sin llegar a ser leyendas. Comenzamos con el maratoniano italiano Dorando Pietri:
“Soy primero. Podía disminuir la marcha, pero a la vez estoy lleno de una furia que me hace correr más deprisa (…) Ahora que el camino está libre delante de mí no sé frenarme. Paso entre dos filas llenas de público que no veo, pero huelo. Miro siempre al frente buscando algo que no veo aún, porque la carretera tiene muchas curvas (…) Ahora veo allá, al fondo, una masa gris que parece un buque con el puente abanderado. Es el estadio. Después no recuerdo nada más”. Esto era lo que recordaba el italiano días después a un periodista del Corriere della Sera.
El maratón de los Juegos Olímpicos de Londres 1908 pasaría a la historia por ser la carrera en la que se establecieron por primera vez los 42,195 kilómetros como la distancia para esta prueba.A las dos y media de la tarde del 24 de julio, se daba la salida oficial a la carrera, que resultaría ser una auténtica locura. El día fue especialmente caluroso en Londres, lo que afectaría sobremanera a los 56 participantes, la mitad de los cuales acabarían retirándose.
Mediada la prueba, al paso por Sudbury,
marcha en cabeza el piel roja canadiense Tom Longboat, quien pocos
kilómetros después empieza a mostrar signos de debilidad. Sus
acompañantes intentan reanimarle con una botella de champán, pero debió
beber más de la cuenta porque unos minutos después acabaría tendido en
el suelo.
Toma el relevo
al frente de la carrera el sudafricano Charles Hefferson, quien al paso
por el kilómetro 30 aventaja en más de cuatro minutos al segundo
clasificado, el italiano Dorando Pietri; algo más atrás, transita el
joven norteamericano John Hayes. Pero Hefferson sufre una terrible
crisis, mientras el pequeño y fornido atleta italiano avanza con paso firme, dando sensación de una gran
frescura. En el kilómetro 38 le alcanza y acelera de nuevo; al
paso por el 40, Pietri transita en solitario con una amplísima ventaja,
en busca de la victoria.
Sus últimos metros resultan dramáticos. Al entrar al
Sheperd Bush Stadium, desorientado y con el rostro desencajado, toma el
sentido equivocado de la pista y debe ser redirigido por los jueces. Inconsciente
y con pasos erráticos, se tambalea y cae sobre la ceniza de la pista
una y otra vez. Cae y se levanta, así hasta cuatro veces, y en cada
ocasión debe ser ayudado por varios jueces y un médico. Le
ponen en pie, le reaniman, le dan masajes, le orientan a meta… Su última
recta en un calvario, pero Pietri se resiste a retirarse. Cae por
última vez a cinco metros de la llegada, justo en el momento en que John
Hayes está entrando en el estadio olímpico. El público asiste a la
escena con el corazón encogido.
Tarda más de
nueve minutos en recorrer los últimos 350 metros, y cruza la línea de
meta en un tiempo de 2h 54´46”, ayudado y sujetado por un juez, en una
de las imágenes más famosas de la historia del olimpismo. Nada más
llegar se desploma y permanece un tiempo tendido en el suelo, auxiliado
por médicos y organizadores. Se dijo incluso que estuvo en riesgo de
fallecer por el brutal sobreesfuerzo. Pocos segundos después llega a
meta Hayes, y tras él lo harían Hefferson y otros dos norteamericanos
(Frenshaw y Welton). Inmediatamente, la delegación estadounidense
presenta una reclamación por la ayuda recibida por Pietri, quien es
descalificado. Hayes se convertiría en el ganador oficial de aquel
maratón.
Pero curiosamente el pequeño atleta
italiano lograría más fama que el vencedor, al protagonizar el
acontecimiento más conmovedor de aquellos Juegos. Era el vivo reflejo
del esfuerzo máximo sin premio; un héroe sin corona. Aquella
gesta inacabada de Dorando Pietri trascendió el ámbito de lo deportivo
para convertirse en leyenda; su desgracia había llegado al corazón del
público británico. Pasó toda la noche en observación recibiendo
atenciones médicas, tal fue el estado de agotamiento en que llegó. Al
día siguiente, la reina Alejandra, en el acto de entrega de trofeos a
los ganadores, quiso premiar el pundonor de Pietri, entregándole una
copa de plata acompañada de sentidas palabras de admiración. Ya se había
convertido en una celebridad internacional. A los 56 años, el pequeño héroe de los Juegos
Olímpicos de Londres se desplomó de nuevo, pero esta vez ya no se
levantó. Un paro cardiaco había acabado con su vida.
Fuente: Fernando Belda
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